miércoles, 6 de junio de 2012

LA FORMACIÓN DE UNA IDENTIDAD NACIONAL


Pensando en cómo explicar el cambio de conciencia social que se produjo en el territorio que, con los años, se llamará España en los siglos XI, XII y XIII y que concluirá con la formación del Estado Dinástico que la propició la unión matrimonial y dinástica entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón me vino a la mente el texto del arzobispo de Toledo Jiménez de Rada sobre el carácter identitario que tenía el control del paso de Despeñaperros para la corona de Castilla en su lucha contra el invasor musulmán.
 El problema de la historia de España en el siglo XII, o más exactamente entre 1085 y 1212, adopta la forma de una serie de conflictos sin resolver: cómo alimentar el sentimiento de superioridad europeo a la sombra de la rocosa e imperturbable civilización árabe que recupera su noto vital de antaño bajo la dirección de los almorávides y los almohades; cómo preservar un legado libre de supersticiones donde cupieran las tres sensibilidades religiosas presentes en su territorio, judíos, cristianos y musulmanes; cómo abandonar el sistema feudal sin que ello afectara a la jerarquía nobiliaria; cómo emprender el camino de la modernidad literaria y artística, vinculada al gótico, sin renunciar a los esplendores del románico; cómo integrarse en las redes del comercio internacional promovidas por Génova, Pisa y Venecia sin verse arrastrado a su sistema político de corte republicano...

Un judío de Tudela de nombre Benjamín viajó por el mundo hacia 1160. Al igual que otros viajeros, peregrinos o cruzados de la época pudo ver muchos indicios de la dominación mercantil en el mundo, como por ejemplo la presencia de las factorías genovesas en lugares claves de la economía de los fatimíes de El Cairo o de los ayyubíes de Alepo; pero lo que le sorprendió fue un estado de ánimo más proclive al acuerdo entre culturas diversas que el enfrentamiento o la destrucción. Antes de su viaje a los puertos de Siria, Asia era todavía una región misteriosa cerrada al mundo, salvo para algunos intrépidos aventureros del tipo Simbad el Marino de Las mil y una noches. De repente, sin embargo, a mediados del siglo XII, Asia abrió sus puertas a los comerciantes que llegaban de Bujara o Samarcanda en busca de los preciados objetos de lujo como la seda y las especias, con inesperados resultados en el inmenso territorio de las estepas donde los mongoles terminarían por reunirse bajo la égida de Gengis Khan. La obra de benjamín es un espejo de su época y una llamada de atención a las posibilidades de un mundo de horizontes abiertos.
En España, la solución fue fingirse extranjero en la sociedad en la que se vivía; mantenerse al margen de las consignas oficiales y del miserable aspecto de la política que buscaba más el desgaste del adversario que la colaboración con él.
De paso, no hay que dejar de comprender los tres grandes iconos que esa época ha dejado en la memoria social española. Cada uno de ellos conmovido por distintos motivos. Uno es el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, que es a la vez, una respuesta al espíritu de peregrinación, una brillante reflexión sobre el equilibrio del mundo debida al maestro Mateo y el último esplendor del arte románico. El otro es la Giralda de Sevilla, que hace alarde de su esbelta verticalidad convirtiendo el gran minarete cuadrado de la vieja mezquita, hoy desaparecida, en el mayor icono de la ciudad de olor especial. El tercero la portada románica del monasterio de Ripoll, una biblia de piedra.

BIBLIOGRAFÍA
Salma Khadra Jayyusi, The Legacy of Muslim Spain. Leiden, Brill 1992
A.Vanoli, Alle origini Della Reconquista, Turín, Aragno, 2003
J.E.Ruíz Domènec, Mi Cid,Barcelona, Península 2007
F.Cardini, La invenzione del nemico. Sellerio Editore, Palermo, 2006
J.E.Ruíz Domènec, España, una nueva historia. RBA Libros 2010