sábado, 28 de enero de 2012

EL ATENTADO QUE PUDO CAMBIAR LA HISTORIA DE CATALUÑA

Los magnicidios han cambiado diversas veces la historia de las civilizaciones y los pueblos; desde el asesinato de Julio Cesar a manos de Brutus, que dio paso al Imperio Romano, hasta el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria a manos de Gavrilo Princip, que provocó el inicio de la Primera Guerra Mundial y la caía del Imperio Austrohúngaro tras 1000 años o el asesinato de Kennedy. Hay una larga lista de conspiraciones e imperios caídos a manos de un asaltante anónimo, normalmente declarado deficiente mental, que consigue llegar hasta el Rey, presidente, déspota y asesinarlo.
La historia de Cataluña no habría sido la misma sin nuestro propio Brutus, Gavrilo o Lee Harvey Oswald, el personaje del que hablamos es Joan de Canyamars, un pagés de Remença  que atentó contra Fernando el católico en la Plaza de Rey de la ciudad condal.
Tras completar la conquista de Granada, a mediados de 1492 los reyes católicos Fernando e Isabel habían viajado acompañados de sus hijos a la ciudad de Barcelona para negociar con los embajadores de Carlos VIII de Francia la devolución del Rosellón y la Cerdaña, que en el tratado de Bayona de 1462 habían sido cedidos por Juan II de Aragón a Luis XI de Francia a cambio de su apoyo en la Guerra Civil Catalana.


Escalinatas del Palacio Real, donde tuvo lugar el episodio.
El viernes 7 de diciembre a mediodía el rey Fernando salió por la puerta principal del Palacio Real Mayor de Barcelona, donde había estado celebrando audiencia, cuando al descender las gradas y disponerse a subir a su cabalgadura se acercó por su espalda Juan de Cañamares armado con un terciado de unos tres palmos de longitud, con el que le asestó un golpe vertical de arriba a abajo que pasando junto a la sien y la oreja izquierdas cayó sobre la unión del cuello con el hombro, causando una herida de un jeme de longitud y cuatro dedos de profundidad.

Representación del atentado en elDietari de l'Antich Consell Barceloní, vol. III.
Los acompañantes más cercanos al rey, su trinchante (camarero) Antonio Ferriol y su mozo de espuelas Alonso de Hoyos, se abalanzaron sobre Cañamares, reduciéndole y apuñalándole tres veces con los cuchillos que llevaban al cinto con intención de matarle, pero el rey les contuvo con la esperanza de poder averiguar si el agresor formaba parte de una conspiración.
El golpe fue amortiguado por el collar rígido del jubón y por una gruesa cadena de oro que el rey llevaba al cuello (el Toisón de Oro). La herida, aunque sangraba abundantemente, no pareció ser de gravedad en un primer momento: los cirujanos hallaron rota la clavícula, retirando parte del hueso astillado, limpiándola del pelo que había entrado en ella y cerrándola con siete puntos de sutura. Posteriormente, el día 14, el rey recayó con fiebre alta que hizo temer por su vida, restableciéndose completamente a finales de año.
Tras el atentado la confusión se extendió por la ciudad: en un primer momento se barajó la teoría de que el agresor fuera moro o de que el ataque hubiera sido dirigido contra otro miembro de la comitiva real, alcanzando al rey accidentalmente. La posibilidad de que se tratase de una sublevación llevó a la reina a disponer que las galeras castellanas se arrimasen a puerto para poder embarcar rápidamente en ellas al heredero Juan y a las infantas. Las informaciones que circularon sobre la muerte del rey agravaron todavía más el desorden: la población, armada, tomó las calles clamando venganza contra el autor del ataque, a quien distintos rumores suponían catalán, navarro, francés o castellano, hasta confluir frente al palacio, donde el rey convaleciente hubo de asomarse a la ventana para desmentir su propia muerte y tranquilizar a la muchedumbre.
Con el fin de comprobar si había actuado en solitario o formaba parte de alguna conspiración, Juan de Cañamares fue curado de sus heridas e interrogado bajo tormento; durante el suplicio confesó que había actuado por inspiración del Espíritu Santo, que veinte años antes le había revelado que el verdadero rey era él, diciendo después que le había incitado el demonio; según su declaración, cuando el rey hubiera muerto, el propio Cañamares ocuparía el trono en su lugar.
Convencido de su estado de demencia, el rey le perdonó, pero el Consejo Real le condenó a muerte por el delito de lesa majestad. El día 12 fue paseado en carro y descuartizado públicamente por las calles de Barcelona; finalmente fue atenaceado y entregado al populacho, que apedreó y quemó su cuerpo y esparció sus cenizas, aunque «ahogáronle primero por clemencia y misericordia de la Reyna». Sobre la vida de Cañamares anterior al atentado no se conoce ningún otro dato, excepto que era un payés de remensa.
«Le cortaron la mano derecha con quelo fizo e los pies conque vino a lo fazer, e sacaronle los ojos con quelo vido e el corazon con quelo penso.»
El episodio serviría de inspiración a Alonso Ortiz para escribir su Tratado de la herida del rey, un panegírico de la reina católica, para la tragicomedia de Marcelino Verardo Fernandus servatus o para un romance anónimo.
En las crónicas que en la misma época del atentado dejaron escritas Pedro Mártir de AngleríaGonzalo Fernández de OviedoLucio Marineo SículoLorenzo Galíndez de Carvajal o Pere Miquel Carbonell se menciona explicitamente el hecho de que Cañamares actuó en solitario, señalando su estado de perturbación mental como el motivo que le llevó a intentar el regicidio; éste fue también el móvil que se reflejó en la versión oficial del atentado enviada a las autoridades castellanas, en la correspondencia privada que la reina Isabel mantuvo con su confesorHernando de Talavera y en las crónicas de todos los historiadores posteriores, como Pedro Barrantes MaldonadoAlonso de Santa Cruz,Alonso Fernández de MadridJerónimo ZuritaPere Joan ComesJuan de MarianaPedro de MedinaJuan de FerrerasEsteban de GaribayNarcís Feliu de la Penya o William H. Prescott.
Varios siglos después surgirían otras teorías, apuntando lo irregular de que, siendo demente, Cañamares hubiera podido heredar los bienes de su padre en 1491 o de que hubiera sido considerado legalmente responsable de sus actos; algunos autores lo calificaron como «un patriota que se sentía intérprete de la voluntad popular»,o un representante del descontento de los remensas con su situación social: en la década de 1460 los campesinos catalanes habían protagonizado la guerra de los remensas en protesta por el régimen feudal al que estaban sometidos, al que el rey Fernando había intentado dar solución con la sentencia de Guadalupe de 1486.
Las motivaciones de Joan de Canyamars bien podrían haber sido el descontento con la solución firmada en la Sentencia Arbitral de Guadalupe pero el interés el rey por detener a sus guardias y salvar la vida de su asaltante hasta haber sido juzgado nos indica que Fernando temía otra conspiración.
Si vemos la historia de Cataluña del siglo XV como un periodo similar al que se vive actualmente 75 después de la Guerra Civil nos daremos cuenta de que hay heridas que tardan años si no siglos en quedar cerradas.
La Guerra Civil Catalana e incluso el Compromiso de Caspe estaban muy recientes en 1492, había descendientes y aliados de Jaime de Urgel que aún preocupaban a Fernando el Católico, uno de ellos especialmente, si seguimos las tesis de Jordi Bilbeny sobre el origen catalán de Colón; según este autor, Cristóbal Colón no sería otro que Joan Colom i Bertran marido de Felipa de Coimbra, nieta y heredera legítima de la Corona de Aragón que pasaría a los hijos de la pareja Hernando y Diego Colón.
Esta teoría nos permite entender que Colón fuese tan estricto en los contratos que firmó con los Reyes Católicos en los que se le nombraba Virrey de las Indias de forma hereditaria y a la vez nos explica el miedo que tenía Fernando a enriquecer sin límites a sus enemigos a la Corona de Aragón. Los descendientes de Jaime de Urgel hubiesen sido la familia real más rica y poderosa de Europa y con territorios en dos continentes y millones de vasallos a su disposición.

BIBLIOGRAFÍA
Bilbeny Jordi, Cristòfor Colom, príncep de Catalunya, Proa, Col. Perfils, Barcelona, 2006.
Bilbeny Jordi, Cristòfor Colom, ciutadà de Barcelona, Gallifa [s.n.], 1998.
 Josep Maria Figueres: Història contemporània de Catalunya (2003), pág. 37.
 Carles Marfà i Riera: Joan de Canyamars (1985).

sábado, 21 de enero de 2012

EL FUEGO DE SAN ANTÓN


Cuando desde el presente se quiere analizar hechos o supersticiones acaecidos en un pasado tan remoto como la edad media hay que tener presente la mentalidad del hombre de ese momento, tan distinta a la nuestra a causa de la ignorancia de las leyes fundamentales de la física o la química. Esto que puede parecer una obviedad puede ayudarnos a comprender el hecho de que cientos de miles de personas viajasen desde lugares tan remotos como Rusia o Alemania hasta Santiago de Compostela en busca del milagro que les salvase de una enfermedad que hizo estragos en centro Europa en los siglos XI y XII, el Fuego de San Antón.
La enfermedad consistía en la aparición de gangrena seca en las extremidades, y también en otros zonas del organismo, desembocando frecuentemente en la muerte o en la pérdida de las extremidades afectadas, que tras sufrir un doloroso proceso de gangrena y momificación, podían desprenderse sin sangrar.
La primera referencia cierta a este mal es de 1039 en la región francesa de Dauphiné en el Langedoc, donde está enterrado San Antón. De ella se decía que "atormentados por dolores atroces, los apestados lloraban en templos y plazas públicas buscando consuelo a la dolorosa enfermedad que les corroía pies y manos"


El mal se desarrolló fundamentalmente en Francia, Rusia o Alemania en las zonas situadas al este. El número de afectados debió de ser lo suficientemente elevado como para que en 1095 se fundase la orden de los canónigos agustinianos Hospitalarios de San Antón sembrando el Camino de Santiago de hospitales para acoger a estos enfermos. Se hacían distinguir por portar la cruz de San Antón, en forma de "T" o "cruz Tau" de color azul sobre la zona pectoral de su hábito negro.
Hoy sabemos que la enfermedad está producida por la ingestión de un hongo, el "Claviceps Purpúrea" parásito del centeno y de otros cereales especialmente en años de primaveras muy húmedas consecutivas a inviernos fríos.
El hongo adopta una forma de "espolón" sobresaliente en la espiga y de ahí viene el nombre de "ergotismo" ya que en francés ergot es el espolón del gallo.
Cuando este hongo pasa a contaminar la harina con que se elabora el pan de centeno, lo impregna de substancias tóxicas como la ergotamina y productos derivados del ácido lisérgico. Dependiendo de diversas circunstancias, en los cuadros clínicos desarrollados puede predominar las manifestaciones de gangrena o de alucinaciones.
La afectación de las extremidades comenzaba por una quemazón y un posterior dolor intenso acompañado de cambios de color y posterior gangrena y pérdida del miembro debió de causar un impacto y un espanto en el hombre medieval fácilmente comprensible. No hay remedio. Debe de ser el castigo a los pecados de la persona. La Iglesia ayuda y encauza el miedo hacia sus fines...
Si esta horrible estampa no fuera suficiente, hay un segundo aspecto de la enfermedad: el ergotismo nervioso. Provoca alucinaciones, visiones de luz y color, sonidos...  Se sabe que el pintor Jeroen Anthoniszoon van Aeken, más conocido como El Bosco, sufría esta enfermedad y que las escenas de torturas diabólicas de su cuadro El Jardín de las Delicias son la representación de sus pesadillas y visiones causadas con la toxina.
En 1938 el químico Albert Hofmann sintetizó la dietilamida a partir del hongo Claviceps Purpúrea dando lugar al ácido lisérgico, hoy conocido como LSD;  accidentalmente experimentó sus propiedades alucinógenas en 1943 al absorber por vía cutánea una pequeña dosis y tener alucinaciones: «imágenes fantásticas, formas extraordinarias con patrones de colores intensos, caleidoscópicos»... 


No debe extrañar pues que una sociedad gobernada por la fe y el misticismo creyera en el poder sanador del peregrinaje a los lugares santos y que a su vez estos se lucrasen con el tráfico de supuestas reliquias a fin de ofrecer un nuevo espectáculo a las huestes de mutilados y enfermos que acudían a sus ciudades en busca de cura.
En este sentido destaca la ciudad de Colonia, que Federico Barbarroja se encargó de dotar de las mayores reliquias de la cristiandad, como la cabeza del Bautista o los cadáveres de los tres Reyes Magos a fin de atraer el flujo de peregrinos centroeuropeos que iban al Camino Jacobeo o a Tierra Santa a buscar su sanación.