La cristianización del Imperio Romano y más concretamente de
Hispania fue el elemento más decisivo en la transformación de la vida social y
cultural de los siglos II y III de nuestra era, el más consciente de los
objetivos, el más tenaz y al mismo tiempo el que provocó mayor recelo entre las
élites que con el tiempo se calificaron de paganas.
Las primeras evidencias de la cristianización en el mundo
romano se dan en obras de objetivo y temática panegíricas como la Exhortación de los gentiles de Clemente
de Alejandría, los panfletos de Tertuliano y Orígenes o las dramáticas vidas de
Antonio, Juan Clímaco y otros padres del desierto. Éstas son actitudes de una
civilización ausente, capaces de evocar un devastador sentimiento de retiro,
una suerte de sugestión por el fin de los tiempos vinculado con el fin de los
valores tradicionales de Roma.
La situación se agravó cuando coincidió la masiva llegada de
pueblos nómadas con la conversión de los tributos en renta, vale decir, en
recursos privados, no públicos. Esta revolución silenciosa fue poco advertida
debido a las preocupantes noticias que llegaban desde las fronteras. En el 378
el emperador Valente había sido derrotado a las afueras de Adrianópolis por los
godos que dos años antes habían atravesado el Danubio huyendo de los hunos y
otros pueblos de la estepa. ¿Qué hacer para que esta invasión militar no fuese
más que una llegada masiva de inmigrantes? Teodosio lo tuvo claro; dividir el
Imperio y asentar a los bárbaros en las fronteras y convertir al cristianismo
en la religión oficial del Estado consciente de que la virtud estoica de los
cristianos los diferenciaría de los paganos bárbaros y les permitiría mantener
la virtus romana.
Muchos contemporáneos trataron de entender esas decisiones
del emperador, aunque quizás no participaban de su jubiloso optimismo. ¿Cómo se
vivió ese fenómeno en Hispania?
En Cathemerinon liber,
una especie de libro de horas de doce himnos, y en Hamartigenia (origen del pecado) el poeta Prudencio, nacido en
Calahorra (aunque algunos proponen Zaragoza) en el año 348 d. C. en el seno de
una familia noble de formación cristiana, lleva a cabo una despiadada crítica
hacia los valores de la forma de vida romana: el desmedido interés por los
espectáculos en el anfiteatro vinculados según él a la corrupción política y a
la desmesura propia de paganismo. En Contra
Symmachum convierte la lucha de los gladiadores en una realidad paralela,
espectral y turbadora porque su fin carece de justificación, la muerte de unos
hombres en la arena para el deleite de otros hombres. Prudencio nos introduce
magistralmente en una sospecha: en el combate de gladiadores la muerte no tiene
ningún sentido. El narcisismo romano es perverso, le escribe al emperador
Honorio, y debe suprimirse en nombre de la caridad cristiana. Combate no a la
muerte de un hombre sino a la razón de hacerlo: el juego agónico no basta para
justificar que unos hombres ofrezcan su vida en la arena.
Al criticar esa manera de entender la muerte, Prudencio
describe una realidad mucho más trágica, el martirio de buenos cristianos como
prenda de su fe ante una sociedad indiferente. En su magnífico Peristephanon ( Libro de las coronas de los
mártires) encuentran acomodo los relatos del martirio de santa Engracia y
sus innumerables mártires que recibieron el nombre de las “Santas Masas” de Zaragoza; o los suplicios de San Lorenzo en Huesca
o san Vicente en Valencia. Al criticar los espectáculos del circo y al mismo
tiempo al glorificar el martirio de los cristianos, inmolados por su fe,
Prudencio redescubre todas las fisuras de la sociedad romana de finales del
siglo IV y actúa en consecuencia. Se trata, al cabo, del reconocimiento de un
gesto cruel, fuera de época, en el espejo de la invención de una nueva identidad
para la sociedad romana, la identidad cristiana. La ciudad y sus habitantes
están ausentes de este cambio de actitud porque ya no saben qué pensar ante la
situación en la que viven y porque sus viejos valores son reprimidos con
dureza. La aceptación de la censura de los espectáculos se convierte así en un
hecho a la vez cultural y político, que trasciende cualquier actitud personal.
La violencia contra lo romano es un hecho. Pero esa nueva identidad cristiana,
promovida entre otros por el “español” Prudencio, no cambia gran cosa las
condiciones materiales, sociales, políticas y culturales de la gente común; por
contra, esa identidad ofrece un motivo para morir como mártires o matar como
los nuevos campeones de la verdad. Un horizonte sombrío se abría paso en
Hispania y otros lugares del Imperio, donde no había lugar para los disidentes,
los pensadores originales, aunque fuesen figuras extravagantes cargadas de
buenas pero delirantes intenciones. Se escribirá contra todos ellos: paganos,
judíos, nestorianos, arrianos y por supuesto, priscilianos, los seguidores del
disidente religioso más grande del siglo IV en Hispania, el obispo gnóstico de
Ávila Prisciliano.
Roma había atacado a los cristianos en los siglos anteriores
y estos se habían refugiado en las provincias y su número había crecido, ahora
pedían la disolución del Roman way of life. Nada volvería a ser igual.
Bibliografía:
P. Bosch Gimpera, P.Aguado Bleye, J.Ferrandis, Historia de
España. España romana, Madrid, Espasa Calpe 1935.
Tarrans Bou, F.Alfafar, El mosaico romano en Hispania:
Crónica ilustrada de una sociedad, Valencia Unoediciones 2004
José Enrique Ruiz-Domènec, España, una nueva historia,
Barcelona 2009 RBA libros
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