Gothi i Hispania ingressi sunt, escribe la crónica de
Zaragoza en el año 494: los visigodos llegaron a España, se podría traducir no
sin cierta polémica por la adaptación de los términos del siglo V al
vocabulario actual. La historia de los visigodos es la de un pueblo nómada que
en un número no superior a los doscientos mil construyó un Regnum en la
Hispania romana; es la historia de una civilización desaparecida con poco, o
ninguna, relación con nuestra vida actual. ¿O acaso sí?
En 1959, Ramón Menéndez Pidal, conocido internacionalmente
como historiador del Cid, señalaba en un intencionado ensayo con el título de Los españoles en la historia que el
reino de los visigodos fue el primer intento de creación de un Estado español,
en el que había tenido lugar por influencia de San Isidoro una formación
explícita de un sentimiento nacional. En el acalorado debate sobre si los
visigodos eran españoles o no, Menéndez Pidal indagó sobre el “partidismo” que agitaba las dos
facciones políticas cuyo trágico enfrentamiento puso fin a ese primer boceto de España, algo
con una marcada intención doctrinal y pedagógica propiciada por el régimen
franquista, tristemente de actualidad.
Comparando la situación española a finales de la década de
1950 con la situación vivida por el reino de los visigodos en su momento
crítico tras la muerte de Recesvinto en 672 abría de nuevo la posibilidad de utilizar la historia como
maestra de la vida, según el tópico ciceroniano heredado del helenismo. Pero una
interpretación que ensalce semejantes posturas ideológicas y semejantes
símbolos del honor patrio tenía escasa cabida en las maneras de narrar la
historia de los años sesenta y siguientes. Porque, al calificar a los visigodos de “epígono” , Jaume Vicens puso en marcha un nuevo enfoque y su postura
renovadora se prolonga en cualquier manual posterior digno de ser considerado; así, José Ángel de Cortázar titula “Epigonismo de España” el primer capítulo
de su aportación a la Historia de España editada por Alfaguara.
A comienzos de los años sesenta, Ramón d´Abadal puntualizaba
en su discurso de ingreso en la Academia de la Historia que el reino de los
visigodos en realidad era un proyecto formado, al menos, por tres unidades territoriales:
el reino de Tolosa, que se extendía desde la firma de la federación con Roma,
del foedus, hasta la batalla de
Vouillé en el 507, en la que Alarico II perdía su reino y su vida a manos del
rey franco Clodoveo; en segundo lugar , el intermedio del ostrogodo Teodorico
asentado en Rávena junto a Boecio; y, al fin, el reino de Toledo comenzado por
Leovigildo en el año 572. Sus investigaciones se centraron en las figuras
relevantes de la política y en sus características morales. Luego, tras sus
huellas, algunos historiadores se fijaron en la tosquedad de las formas de vida
visigodas, pero también en las firmeza con la que muy pronto buscaron
asemejarse a la de los patricios romanos.
¿Qué es esa historia de envidias y ambiciones, esa “costumbre detestable” de la que habla
Gregorio de Tours, esa “enfermedad de los
godos” según Fredegario? Para Abadal
era un hábito político aprendido de los malos ejemplos de la disolución
imperial romana, el caciquismo y la insurrección del ejército. Algo muy “patrio” en la historia de España del
siglo XIX y XX.
BIBLIOGRAFÍA:
S. Castellanos, Los godos y la cruz. Recaredo y la unidad de
Spania, Madrid, Alianza 2007
E.A. Thomson, Los godos en España, Madrid, Alianza 1969
M.C. Díaz y Díaz, De Isidoro al siglo XI. Barcelona 1976
J.E.Ruíz-Domènec: España, una nueva historia, RBA ediciones
Barcelona 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario