sábado, 21 de enero de 2012

EL FUEGO DE SAN ANTÓN


Cuando desde el presente se quiere analizar hechos o supersticiones acaecidos en un pasado tan remoto como la edad media hay que tener presente la mentalidad del hombre de ese momento, tan distinta a la nuestra a causa de la ignorancia de las leyes fundamentales de la física o la química. Esto que puede parecer una obviedad puede ayudarnos a comprender el hecho de que cientos de miles de personas viajasen desde lugares tan remotos como Rusia o Alemania hasta Santiago de Compostela en busca del milagro que les salvase de una enfermedad que hizo estragos en centro Europa en los siglos XI y XII, el Fuego de San Antón.
La enfermedad consistía en la aparición de gangrena seca en las extremidades, y también en otros zonas del organismo, desembocando frecuentemente en la muerte o en la pérdida de las extremidades afectadas, que tras sufrir un doloroso proceso de gangrena y momificación, podían desprenderse sin sangrar.
La primera referencia cierta a este mal es de 1039 en la región francesa de Dauphiné en el Langedoc, donde está enterrado San Antón. De ella se decía que "atormentados por dolores atroces, los apestados lloraban en templos y plazas públicas buscando consuelo a la dolorosa enfermedad que les corroía pies y manos"


El mal se desarrolló fundamentalmente en Francia, Rusia o Alemania en las zonas situadas al este. El número de afectados debió de ser lo suficientemente elevado como para que en 1095 se fundase la orden de los canónigos agustinianos Hospitalarios de San Antón sembrando el Camino de Santiago de hospitales para acoger a estos enfermos. Se hacían distinguir por portar la cruz de San Antón, en forma de "T" o "cruz Tau" de color azul sobre la zona pectoral de su hábito negro.
Hoy sabemos que la enfermedad está producida por la ingestión de un hongo, el "Claviceps Purpúrea" parásito del centeno y de otros cereales especialmente en años de primaveras muy húmedas consecutivas a inviernos fríos.
El hongo adopta una forma de "espolón" sobresaliente en la espiga y de ahí viene el nombre de "ergotismo" ya que en francés ergot es el espolón del gallo.
Cuando este hongo pasa a contaminar la harina con que se elabora el pan de centeno, lo impregna de substancias tóxicas como la ergotamina y productos derivados del ácido lisérgico. Dependiendo de diversas circunstancias, en los cuadros clínicos desarrollados puede predominar las manifestaciones de gangrena o de alucinaciones.
La afectación de las extremidades comenzaba por una quemazón y un posterior dolor intenso acompañado de cambios de color y posterior gangrena y pérdida del miembro debió de causar un impacto y un espanto en el hombre medieval fácilmente comprensible. No hay remedio. Debe de ser el castigo a los pecados de la persona. La Iglesia ayuda y encauza el miedo hacia sus fines...
Si esta horrible estampa no fuera suficiente, hay un segundo aspecto de la enfermedad: el ergotismo nervioso. Provoca alucinaciones, visiones de luz y color, sonidos...  Se sabe que el pintor Jeroen Anthoniszoon van Aeken, más conocido como El Bosco, sufría esta enfermedad y que las escenas de torturas diabólicas de su cuadro El Jardín de las Delicias son la representación de sus pesadillas y visiones causadas con la toxina.
En 1938 el químico Albert Hofmann sintetizó la dietilamida a partir del hongo Claviceps Purpúrea dando lugar al ácido lisérgico, hoy conocido como LSD;  accidentalmente experimentó sus propiedades alucinógenas en 1943 al absorber por vía cutánea una pequeña dosis y tener alucinaciones: «imágenes fantásticas, formas extraordinarias con patrones de colores intensos, caleidoscópicos»... 


No debe extrañar pues que una sociedad gobernada por la fe y el misticismo creyera en el poder sanador del peregrinaje a los lugares santos y que a su vez estos se lucrasen con el tráfico de supuestas reliquias a fin de ofrecer un nuevo espectáculo a las huestes de mutilados y enfermos que acudían a sus ciudades en busca de cura.
En este sentido destaca la ciudad de Colonia, que Federico Barbarroja se encargó de dotar de las mayores reliquias de la cristiandad, como la cabeza del Bautista o los cadáveres de los tres Reyes Magos a fin de atraer el flujo de peregrinos centroeuropeos que iban al Camino Jacobeo o a Tierra Santa a buscar su sanación.





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