domingo, 14 de agosto de 2011

UN CUENTO BIZANTINO

De los muchos significados que tiene la palabra Bizancio, aquí elijo la de una cultura irrepetible y multiforme que se extendió más allá de las fronteras del Imperio de Constantinopla. Su legado alcanza Serbia, Bulgaria, Bielorrusia, Ucrania, Rusia, es decir, la llamada Europa del Este, que tiene su propio ritmo histórico, su propio rostro arquitectónico, su propia religión, su propio alfabeto (el cirílico que procede del griego). ¿Debemos considerar pues a Rusia y sus satélites parte de Europa? La respuesta es sí

La política de Bizancio en Oriente Próximo afectaba a las regiones del Cáucaso, a su situación en la frontera del Danubio y en los Balcanes. Tras sacar para siempre a los persas de la historia por medio de las brillantes campañas militares, el emperador Heraclio tardó algún tiempo en percibir el sentido de la pérdida de la fortaleza de Bothra, en la frontera del Jordán. Tengamos presente esa actitud dramática porque es una parte sustancial de la historia de Bizancio, y no olvidemos tampoco que, tras la batalla de Yarmuk (636), una nueva derrota, Heraclio tuvo que aceptar la pérdida de Palestina, Siria y Egipto, lo que facilitó el avance de los árabes por la costa occidental, los viejos graneros de Roma: nos encontramos no sólo con una situación crítica sino con una defensa heroica, en la que el hecho de vivir en Constantinopla se contempló en términos proféticos.

En sus reflexiones, Máximo el Confesor, (c 580- 13 agosto 662) afirmaba que la idea de Taxis, el orden invariable, armonioso y jerárquico de todas la cosas, redimía a Bizancio al protegerle con una corte de ángeles. Esa realidad celestial, invisible, convierte al emperador en Kosmokrator, señor del mundo, en la garantía del futuro, como serán los zares, sus herederos naturales. El efecto en la sociedad es la concepción ortodoxa de la gracia divina. A diferencia de la visión religiosa de Occidente (católica, protestante o puritana), según la cual la gracia se concede a los virtuosos, la religión ortodoxa considera la gracia un estado natural de la creación, que se encuentra en cualquier ser humano creado por Dios. Al secularizarse esta idea en el siglo XX, originó la particular concepción del comunismo de Stalin y Brézhnev, que se quiso imponer a Europa por medio del Ejército Rojo.

La unión de política y religión permitió que Bizancio sobreviviera a cualquier ataque, y poder contarlo, lo que no pudieron hacer los habitantes de Damasco, Petra o Alejandría. La resistencia al islam es su legado y la razón de su identidad. Decir bizantino era decir ortodoxo. Constantino IV convirtió esa idea en una herramienta evangelizadora cuando supo que las tierras de Danubio se llenaban de eslavos o búlgaros. Con el tiempo, decir serbio o decir búlgaro era también decir ortodoxo. Basta con ver un mapa del continente para comprobar que un hecho así marcará la historia de Europa. Los Balcanes están en el centro y sus costas dan al Adriático: la frontera exterior se situó en el río Don, frente a los pueblos de la estepa, y todavía no era la frontera definitiva, ya que aún deberían llegar los pechenegos, magiares, turcos, tártaros y mongoles desde Asia central.

Eso último nos obliga a plantear si Rusia es, o no, europea; rasca en un ruso y encontrarás un tártaro, dijo Napoleón con un sentido de la oportunidad política en abierto contraste con los mitos que Rusia quería darse de sí misma. La épica nacional rusa es la historia de la lucha entre los agricultores de las tierras boscosas del norte y los jinetes de la estepa asiática: los ávaros y los jázaros, los polovtsianos (o cumanos) y los mongoles, los kazajos, los kalmukos y todas las otras tribus de arco y flecha que habían atacado Rusia. Ese mito nacional se volvió tan fundamental para la identidad europea de los rusos que la más mínima sugerencia de una influencia asiática en su cultura era considerada traición. En todo caso, recuerda Gógol en Taras Bulba, ser ruso es ser ortodoxo.

BIBLIOGRAFÍA
Franco Cardini, L´invenzione del Nemico. Palermo, 2006
C. Morris, Propaganda for War, The dissemination of the crusading Ideal in Tweltfh Century. W.J. Sheils (ed.)
José Enrique Ruiz-Domènec, Atardeceres Rojos. Ariel 2007
Roberto S. López. El nacimiento de Europa. Labor 1952
Lev Gunilev, El mundo de la estepa y su significado. En búsqueda de un reino imaginario. Drakontos 1994

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