domingo, 10 de julio de 2011

LOCURAS DE AMOR

El Estado dinástico utilizó el matrimonio para sus fines políticos, como había hecho desde mediados del siglo XII. El caso de María de Borgoña se convirtió en un ejemplo perfecto del destino de las infantas de las casas reales: prometida varias veces y con distintos príncipes, terminó casándose con Maximiliano de Austria, un hombre recio de carácter. Las mujeres aceptaron de buen o mal grado (eso es difícil de saber) su destino en la vida. Pocas se mostraron hostiles o enfadadas. Algunas infantas supieron encontrar incluso un resquicio en las rígidas estrategias matrimoniales de las casas reales europeas por donde conducir el amor. ¿Qué imagen podría ser más explícitamente sensual que una muchacha de sangre real enamorada del príncipe con el que debía casarse por seguir las reglas de la dinastía?.
El caso de Juana de Castilla se hizo célebre en su tiempo porque despertaba la ilusión de que, en medio de los fríos acuerdos diplomáticos, podía aparecer la pasión. El matrimonio por amor, un bello sueño. El retiro ulterior al que Juana se vio obligada generó una mayor intensidad y variedad de emociones en el pueblo. Se decía que el refugio en Tordesillas se debía a que se había vuelto loca de amor al morir su marido. Juana se había casado con Felipe de Habsburgo en 1496 a los diecisiete años de edad, confirmando un pacto entre sus respectivos padres: Isabel de Castilla y Fernando de Aragón por parte de la novia; María de Borgoña y Maximiliano de Austria por parte del novio. Felipe murió en 1507.
Si nos fijamos en el retrato que se hizo con ocasión de la boda, y que se conserva en Viena, vemos que, pese a su elegante vestido brodado rojo y su pelo recogido en un moño y oculto tras un elegante pañuelo de la misma tela que el vestido, resulta evidente que Juana no tenía nada de mojigata. Por la firmeza de su busto juvenil, por la sensualidad de sus labios, por la inquietud que despide su mirada, por la forma de cruzar los dedos y por su decidido empeño de resaltar el talle, Juana entendía bien el arrebato erótico. Nunca rehuyó ningún aspecto de la vida amorosa, no había ninguno que no despertara sus dotes para el comentario malicioso y su sexualidad exacerbada. Un psicólogo nos diría seguramente que se trataba de una reacción al fanatismo religioso de su madre Isabel y a la rígida educación que le fue dada por el Cardenal Cisneros. Hasta el final de su vida, estuvo convencida del amor de su marido. Vivía para eso y lo convirtió en el eje de su conducta.
Sin remilgos de ninguna clase, el exultante comportamiento de Juana en Bruselas tenía un fuerte componente de extravagancia. Los placeres que buscaba provocaron la inquietud de los embajadores de su madre, que envió a fray Tomás de Matienzo para que le informara de primera mano, y la primera palabra que salió de la boca del fraile fue “turbación”. A lo que poco después añadiría otras: “poca devoción”. Juana procuró conservar su ánimo aun sabiéndose vigilada de cerca por los espías de su madre y por los amigos de su marido. Siguió su búsqueda hasta el mismo momento que conoció la muerte: primero de su hermano Juan; más adelante, su hermana mayor Isabel, casada con el rey de Portugal; y, finalmente, de su sobrino Miguel; muertes que la convirtieron en princesa de Asturias, es decir, en heredera de Castilla.

En esos años, el talante de Juana se aproxima más al epicureísmo francés que al estoicismo dominante en la corte de sus padres, dos reyes con pocos escrúpulos que dejaban numerosas víctimas a su paso. ¿Sería ella una víctima más, como lo había sido su prima Juana, que en la corte solía llamar injustamente “La Beltraneja”?. ¿En quién confiar que no fuera el Gran Capitán, por entonces enredado en las guerras de Nápoles? Juana siguió su camino al situar el amor en el centro de su vida matrimonial: convirtió los deseos de su esposo en realidades políticas y dejó de escuchar los consejos de sus padres en favor de la causa de su marido. No obstante las evidencias reunidas por algunos cronistas (y determinados historiadores modernos), no creo que su actitud fuera el resultado de una enajenación mental. Las mujeres del siglo XVI se abrieron al mundo epicúreo que más adelante diseñarían hombres como Rabelais. Deberemos, en efecto, tener presente, especialmente para este caso, el deseo de las princesas de convertir su matrimonio en una experiencia amoroso como habían leído en las novelas artúricas. La muerte de Felipe truncó el proyecto. Lo que pasó después, la propia acusación de que se volvió loca forma parte de una mitología especial de mujeres desgraciadas que descubren la fragilidad de la existencia.

El matrimonio no protege ante la desdicha, al contrario: en ocasiones la incrementa. Pero los debates en torno a ese caso de “amor fou”en el interior de un matrimonio real fueron pronto substituidos por un tema más serio que afectaba curiosamente al hijo de Juana, el emperador Carlos V, enfrentado en Alemania con Lutero. ¿Cuál era la postura del reformador sobre el matrimonio?

Bibliografía:
Christine Klapisch-Zuber, La famiglia e le donne nel Rinascimento. Bari 1988
Jacques Heers, Le clan familial au Moyen Age. Paris 1978
Madelaine Jeay Sexuality and family in fifteenth-Century. 1979
José Enrique Ruiz-Domènec, La ambición del amor. Madrid 2003
José Enrique Ruiz-Domènec, Isabel la católica o el yugo del poder. Península, Barcelona 2004

No hay comentarios:

Publicar un comentario