martes, 24 de mayo de 2011

ORO, INCIENSO Y MIRRA


El icono que mejor refleja el paso del mundo clásico a Europa está en el baptisterio de Florencia, a escasos metros de la catedral construida por Giotto y culminada por Brunelleschi con su cúpula. Dante dijo que el baptisterio se levantó sobre el antiguo templo de Marte, el dios protector de la ciudad; la arqueología ha desmentido esa leyenda, al seguir la línea de la muralla. Probablemente fue una torre de defensa, la única intacta tras el ataque del ostrogodo Totila. De esa construcción octogonal, cuyas puertas son un bello ejemplo de la escultura renacentista, me detengo en un mosaico del ábside, que representa a los Reyes Magos ante la Virgen y el Niño en el portal de Belén, con los regalos que le llevarón, oro, incienso y mirra: de Oriente llegó el reconocimiento de la divinidad de Jesús.
El gesto de los Reyes Magos construyó Europa. La costumbre de celebrar la Navidad el 25 de diciembre se instauró el año 353 bajo el Papa Liberio, posiblemente para absorber el festival del nacimiento de Mitra de la roca madre, (el Dios Sol de origen persa adoptado por Roma en el 62 a. C.) al comienzo del solsticio de invierno, y de ese modo Cristo podía ser reconocido como el Sol naciente. El mejor complemento de esa idea es que unos sabios de Oriente se postraran ante el nuevo Rey del mundo. El mejor día para hacer la visita era el 6 de enero, ya que en Alejandría, la capital cultural de la época, era la fecha de la presentación de nuevo Aion a Core, la virgen, identificada con Isis, de quien la brillante estrella Sirius, elevándose en el horizonte, había sido durante milenios el signo esperado.
Entre el 25 de diciembre y el 6 de enero se detiene el tiempo lineal para regresar al tiempo cíclico, al enterno retorno de un hecho que fundamenta la razón de ser de Europa. Tiempo de paz, de reuniones familiares, de voluntad de mejora, de regeneración. La noche que antecede al 25 de diciembre, nochebuena, la misma que elegirá Carlomagno para hacerse coronar por el Papa Leon III, marca el punto de partida de un ritual que, al cabo, celebra el encuentro entre Oriente y Occidente.
El gesto de León III tendrá consecuencias inesperadas para el Papado en el siglo XI cuando los emperadores germánicos pretendan ocupar el espacio del Vicario de Dios como cabeza visible de la Iglesia.  El cesaropapismo alcanza su cima con Enrique III (1039-1056). Este rey era un verdadero dispensador de cargos eclesiásticos y obligó al Papa Gregorio VI a convocar el Concilio de Pavía y el Sínodo de Sutri, en el 1046.

Bibliografía

L´alba della teologia musulmana, J.Van Ess.
El Crisol de Dios. El Islam y el nacimiento de Europa (770-1215) David Levering Lewis
Carlomagno un padre dell´Europa A. Barbero
Europa, las claves de su Historia José Enrique Ruiz-Domènec

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